de William Riker
Esta vez hablaremos del rey Arturo, ¿les parece?
Antes que nada: ¿quién era realmente este héroe semilegendario?
Una cosa es cierta: se trata de una figura histórica, no de un personaje de novela como don Rodrigo o de una figura paradigmática como Gregor Samsa. Según creo, se trata de uno de los jefes bretones que animaron la victoriosa resistencia de los celtas de Cornualles contra la conquista anglosajona a fines del siglo V e inicios del VI d.C. La primera fuente británica que habla de Arturo es en efecto una cita del “Gododdin”, texto del siglo VI donde aparece como jefe guerrero. Más tarde, los “Annales de Cambrie”, del siglo X, mencionan la victoria de Arturo en Mont-Badon en el 516, y la batalla de Calman en la cual él y Mordret se mataron recíprocamente (537). El hecho asume después un carácter épico en la “Historia Brittonum”, crónica en latín de Nennius, del siglo X, y en el “Roman de Brut”, de Robert Wace (siglo XI), dedicado al homónimo nieto de Eneas, mítico antepasado de los bretones. De tales textos el obispo Godofredo de Monmouth extrae la “Historia Regué Brittanieae” (1135): la obra mezcla historia y tradiciones celtas y cristianas, en el intento de dotar a los britanos de un héroe nacional al estilo Carlomagno. En la Historia encontramos a Merlín, Vortigern, Uter Pendragorn, Ginevra, pero ninguna referencia a Parsifal, Lancelot o el Santo Grial, que entra en la saga sólo en el incompleto poema “Perceval” (1119), de Chrétien de Troyes, y en el “Parzifal”, de Wolfram von Eschenlbach. Anteriormente, los héroes arturianos habían aparecido en Lais de Marie de France (1167), pequeños poemas de amor y fantásticos, y en los dos Trisán de Béroul y de Thomas (1165-70). En poemas de Chrétien, de Wolfram y de otros contemporáneos, el cáliz es un vaso sagrado dotado de poderes místicos. Sólo en el poema de Robert de Rorom Le Roman, de “L’Estoire du Graal” (1202), aparece el cáliz de la sangre de Cristo custodiado por José de Arimatea. A Roron le sigue la monumental “summa” arturiana constituida por Lancelot, La búsqueda del Graal, La muerte de Arturo, obra de varios autores que, desde el 200, ha venido inspirando a poetas, músicos, cineastas: del anónimo “Sir Gawain y el caballero verde” de 1360 a “Muerte de Arturo”, de sir Thomas Malory, de 1485, hasta las óperas de Wagner “Lohengrin” (1848), “Tristán e Isolda” (1865) y “Parsifal” (1882); o los filmes “Los caballeros de la mesa redonda” (1954) con Mel Ferrer, Ava Gardner y Robert Taylor, y el espléndido largometraje de Disney “La espada en la roca” (1963).
Hasta aquí, lo que se sabe. Tratemos ahora de ir un poco más allá.
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Entonces, Arturo es hijo de Uter Pendragon, gran rey de Britannia, y de Igerna, viuda del duque Hell de Cornualles. Nace en el castillo de Tintangel en el 458 d.C. y muere en el campo de batalla de Camlann en el 537 d.C. Comienza a reinar en el 474, a los dieciséis años, o sea que su reinado se extiende unos 63 años. Los inicios de su reino están descriptos en el poema “El reino del verano”, obra de Taliesin, poeta del siglo V contemporáneo del legendario gran rey, sobre el cual me basaré también yo, como hizo Manzoni con su proverbial pergamino.
El título de gran rey era antiquísimo en Britannia; se remonta en efecto a la destrucción de la Atlántida, en el 9603 a.C., porque algunos colonos de la Atlántida en Britannia, una de las más ricas provincias del imperio poseidónico, sobrevivieron a la catástrofe y, huérfanos de la madre patria, crearon una federación de ciudades y tribus, cada una dotada de su rey, pero con un jefe único, o gran rey, cuyo título era electivo y no hereditario. Ni siquiera la invasión romana de parte de Claudio en el 51 d.C. puso fin a la tradición del Gran Reino, que dura ya desde hace casi 100 siglos, porque los sacerdotes druidas consideran Gran Rey al emperador de Roma, y todas las tribus aceptan brindarle obediencia, conscientes de la necesidad de buscar la protección de las legiones romanas para resistir las prepotentes correrías de los pictios y escotos. A éstos, al finalizar el siglo IV, se suman las invasiones de los jutos y de los sajones, provenientes de la península escandinava. Los britanos son ya cristianos, convertidos por san Patricio y san Jorge hacia el 300 d.C., mientras los sajones son todavía paganos (su divinidad máxima es hipomorfa; de ahí que sean definidos como “los pueblos del caballo”), y por esto son temidos como un vampiro teme al agua santa.
El primer Gran Rey romano había sido Claudio, mientras el último es Honorio, porque en el 410 d.C. el inepto hijo de Teodosio el Grande es obligado a retirar las propias legiones de Britannia, por otro lado nunca completamente romanizada, para defender las Galias e Italia de los ataques visigodos. Después de un inútil pedido de auxilio a Roma, los reyes y duques de Britannia, reunidos en consistorio en Londinium, ex capital de la Britannia romana, deciden elegir un Gran Rey propio: Caio Aurelio Liburno, el último gobernador romano de la isla, muy amado por lo britanos por su buen gobierno. Éste por otro lado ha desposado una britana, considerada descendiente del último Gran Rey local antes de la conquista por parte de Claudio.
Aurelio acepta la difícil tarea, signada por la continua avanzada de los sajones, y emprende la guerra ciñendo la espada druídica de los grandes reyes anteriores a la conquista romana, que se decía forjada en el cielo por los dioses (estaba en efecto fabricada con hierro meteorítico, no proveniente, por tanto, de esta tierra). Logra detenerlos en Eburacum (hoy York) pero, no obstante haber reinado sabiamente por 22 años, del 410 al 432, es vencido y asesinado en la revuelta nacionalista antirromana liderada por el fanático Vortirgern, el cual no perdona a Aurelio el no haber nacido en la isla. Y ésta es la ocasión de la última apelación de las ciudades británicas a Roma, a quien piden protección contra Vortirgern; naturalmente la ciudad eterna, que se encuentra mal gobernada por Valentiniano III y bajo la amenaza de los hunos, no mueve un dedo, y así Vortirgern se apodera fácilmente del trono y asesina a todos los hijos de Aurelio, excepto los dos más jóvenes: Moin y Uter. Éstos escapan con éxito a Benoic, en la Armónica o Pequeña Bretaña, región de la Galia donde muchos britanos se habían refugiado para escapar de la amenaza de la invasión sajona, y donde los dos exiliados de sangre real son bien recibidos por el viejo rey cristiano Celidon, padre de Ban y Bohor, y descendiente del legendario jefe Nascien, que, según la tradición, había sido convertido por José de
Arimatea.
Vortirgern reina por doce años, signados por una dictadura sangrienta y de continuas victorias de los sajones, tanto que el tirano se ve obligado a abandonar Londres en manos de los invasores y refugiarse en Gales. Bajo su reino se tienen las primeras referencias de Merlín, astrónomo y literato, profundo conocedor tanto de la cultura romana como de la druídica, que, no obstante su juventud (tiene cerca de 30 años), alcanza gran popularidad por su profunda sabiduría, que se traduce en curas médicas dispensadas gratuitamente a todos, nobles y miserables. Se transforma así en una referencia de la oposición interna del régimen de Vortirgern, que lo manda al exilio, a la isla de Man, donde él profundiza sus estudios sobre las estrellas y sobre los poderes de las plantas; por esto el pueblo le atribuye poderes mágicos y lo considera un gran nigromante, también por el halo de misterio que lo envuelve. Nadie tiene idea de cuáles son su familia y ciudad natal, tanto que comienza a circular la voz de que sería hijo de una religiosa y uno de los demonios que, según las creencias populares, causarían las pesadillas.
En el 444, tal como había predicho Merlín, los hijos de Aurelio regresan a la patria junto al aliado Ban de Benoic; asedian al usurpador en la fortaleza romana de Caer Leon (Caer, castillo en galés), quien muere miserablemente, quemado vivo en el incendio de la plaza fuerte, después reconstruida y transformada en la nueva capital británica. Muerto Moin prematuramente, Uter se transforma en el único heredero del Gran Reino, y gobierna solo desde el 447 al 459 con el título de Pendragon (“hijo del dragón”), ya utilizado por los Grandes Reyes prerromanos. Merlín será su fiel consejero y le confía la espada de su padre, sobre la cual él mismo ha hecho grabar las palabras ENSIS C. A. LIBURNI (espada de Cayo Aurelio Liburno), para remarcar la ilegitimidad del trono de Vortirgern.
Pero Britannia no está pacificada: los sajones avanzan sobre Cambria y Cornualles, y falla la expedición militar con la que Uter intenta reconquistar Londres y la Britannia meridional. Y así debe afrontar una rebelión de los reyes galeses, descontentos por el incumplimiento de las profecías de Merlín, que hablaban de brillantes victorias militares y de la reconquista de toda la isla (tal profecía se cumplirá en vez con Arturo). Para resguardar el Gran Reino de alguna asonada de cualquier barón ávido de poder, Merlín se hace cargo del hijo que Uter tuvo con Igerna y lo pone a resguardo, confiándolo al noble romano Orestes y a su mujer, que lo criarán en compañía de su hijo Cayo (el que será llamado Keu por los britanos y será siniscalco del Gran Rey).
William Riker
Traducción en Italiano de esta ucronia