La agencia rusa Interfax ha comunicado que estudiosos de la Universidad de Novosibirsk encontraron, en los años ’90, la momia de una mujer de la antigua Escitia, en la república de Altai, que llevaba un collar que sólo podría provenir del Egipto de la época ptolomaica.
Si la hipótesis fuese confirmada por estudios más profundos, tendríamos una prueba de contactos entre los escitas de Altai y el Egipto faraónico. En efecto, existen indicios que hacen pensar que los egipcios estaban en contacto, ya en el predinástico, esto es, milenios antes de la era helenística, con un área que se extiende desde Francia a la Siberia meridional, a Mesopotamia e India.
Esta noticia me sugirió la siguiente ucronía:
La historia de Egipto comienza con el período Neolítico, llamado badariense (ca. 4.400-3.900 a.C.), luego del cual se suceden diversas fases llamadas “predinásticas”: Naqada I o Amratiense (3900-3650 a.C.), Naqada II o Guerceense (3650-3400 a.C.), y Naqada III o Semainiense (3400-3200 a.C.). A estas tres épocas sigue un período confuso en el cual señores locales luchan por el predominio y buscan imponerse como único soberano de Egipto, casi primer emperador de la historia del hombre. Uno de éstos, Ka-Hor, hijo de Iry-Hor, logra conquistar en el 3207 a.C. el corazón del Alto Egipto, entre Luxor y Tell el-Amarna, se proclama “Señor del río y del desierto”, y por primera vez se adjudica naturaleza divina, que le da derecho a reinar sobre todo Egipto. Su capital es Nekhen (más tarde llamada Hieracómpolis, cerca de Edfu), el antiguo feudo de su dinastía.
Ka-Hor hace fabricar la hoy conocida como “Piedra de Palermo”, de losa de piedra negra (diorita) de la cual se conserva un fragmento en el museo de Palermo. En ella hace grabar los nombres de sus antepasados, que dominaban una zona alrededor del actual Abido, el nombre de sus madres (porque en época predinástica el poder era transmitido por vía materna) y el nivel alcanzado año por año por las aguas del Nilo, para afirmar que el dios Nilo escucha sus plegarias y envía cosechas cada vez más abundantes. Entre estos antepasados, después de un rey sin nombre, se leen los nombres de Ny-Hor, Hat-Hor, Pe-Hor, Hedj-Hor y de su padre Iry-Hor (la así llamada “Dinastía 0”, última fase del predinástico); Hat-Hor se convertirá después, en el panteón egipcio, en la diosa Hathor. También de Ka-Hor quedará un recuerdo imborrable en la mitología egipcia, porque después de él “Ka” será sinónimo del mismo principio vital, esto es, del alma humana, ya que él había proclamado poseer “la vida inmortal”.
Pero también los dioses a veces caen. Ka-Hor en efecto, cae víctima, en el 3187 a.C., de la conjura urdida por Ay, feudatario de la región del actual Hermópolis, que se proclama a su vez único soberano con el nombre de Rey Cocodrilo, porque al lado de su imagen manda reproducir el glifo con la cabeza de cocodrilo, dios del cual él dice ser la encarnación. Ay hace asesinar a todos los hijos de Ka-Hor menos uno, hijo de una esclava originaria de la península de Sinaí; ésta logra escapar con su hijito, a quien abandona en una cesta en las aguas del Nilo, con la esperanza de que se salvase; encontrada, es luego asesinada a su vez.
Ya grande, este niño asegurará haber sido recogido por el Jardinero de los Dioses, que lo adoptó como su hijo, haciéndolo partícipe de la vida divina propia y de su padre; cuando era todavía niño, un gran escorpión tenía el deber de nutrirlo y matar los sicarios de Ay enviados para eliminarlo. En realidad el niño había sido recogido por algunos campesinos que reconocieron en sus insignias las señas de Ka-Hor y entendieron que se trataba de su hijo, sobreviviente de la masacre. Devotos del antiguo rey, que era tenido realmente como un dios, lo criaron preparando la venganza. En todo caso, la leyenda del escorpión cierra, porque el niño era habilísimo para capturarlos sin dejarse picar; de esto nació la creencia popular de que él fuese la encarnación de este animal. Y así, llegado a los 16 años, en el 3172 a.C., el joven, que tomó el nombre de Skr-Hor, entra en Nekhen con pocos secuaces, vence al Rey Cocodrilo y, según la leyenda, abre con su maza una vorágine a través de la cual arroja al usurpador al mismo infierno. Históricamente, en cambio, Ay muere en el incendio de su palacio.
Skr-Hor es proclamado soberano del Alto Egipto, asume el nombre de Rey Escorpión, establece su residencia en Abido, la primera capital por él fundada, y se hace fabricar un trono de diorita decorado con el glifo representando un escorpión descendido de una estrella, el símbolo de la realeza. Como cetro adopta la maza que tanta fortuna le había traído en batalla; una cabeza de maza calcárea llevando la imagen del rey con el dicho glifo en forma de escorpión a su lado es el principal objeto atribuido a este legendario soberano que ha llegado hasta nosotros. Del período de su reino (3172-3132 a.C.) sobrevivieron también pequeñas tablillas de hueso, madera o marfil de dos centímetros de lado vueltas a la luz en 1990, en Umm el-Qaab, en las cercanías de la antigua Abido, encontradas por el arqueólogo alemán Gunther Dreyer; llevan a un lado el nombre de un rey, reina o alto oficial, y sobre el otro un número. Testimonian la idea del Rey Escorpión de crear una jerarquía numérica; el número uno obviamente es él, el número dos el Gran Visir, el número tres la esposa real, y así sucesivamente. Estos objetos constituyen los más antiguos documentos escritos hasta ahora encontrados, si bien no se tratan de textos históricos ni de inscripciones votivas, que vendrían después.
La maza del Rey Escorpión
Luego del fin del Rey Cocodrilo, Skr-Hor debe afrontar una segunda revuelta de parte de un usurpador, que asegura ser el verdadero heredero de Ka-Hor y el auténtico Rey Escorpión, siendo inmune al veneno de este animal, tanto que será recordado con el nombre de Rey Escorpión II. Establece su residencia en el lugar donde luego será edificada la gran Tebas, pero Skr-Hor lo vence después de haber demostrado que él se hacía picar, en exhibiciones públicas, sólo por animales de los cuales se había extraído el veneno. Como castigo, el usurpador es arrojado a una fosa llena de escorpiones (verdaderos).
Sucesivamente el Rey Escorpión se desplaza hacia el Bajo Egipto y conquista la capital Pe, en el corazón del Delta. Hace eliminar toda inscripción de los reyes predinásticos del Bajo Egipto, de los cuales en efecto no existe ningún testimonio; al contrario, hace divinizar no sólo a su padre sino también a todos los antepasados citados en la Piedra de Palermo, transformándolos en los siete custodios de las Puertas del Más Allá, y éste es el motivo por el cual Manetón llama a los reyes predinásticos “espíritus de los difuntos”, mientras el Papiro de Turín usa la frase “espíritus que fueron secuaces de Horus”.
El Rey Escorpión sin embargo no se contenta con esta empresa: luego de haber fundado un imperio egipcio unitario, asegura haber soñado a su padre, Ka-Hor, custodio de la Vida de Ultratumba, representada como una paloma blanca apoyada sobre una gran mano de piedra negra, la Mano del Destino que guía cada acción humana. Ka-Hor le habría pedido que partiese a la conquista del mundo a fin de unificar todas las gentes bajo su cetro. Así, después de haber dejado al Gran Visir Sehen gobernando el reino, en el 3163 a.C., con un numeroso ejército formado por jóvenes que lo idolatran y le son fieles hasta la muerte, atraviesa los confines de Sinaí y conquista Palestina y Siria. Llegado al Éufrates, se alía con los semitas antepasados de los acadios y con su rey Humbaba, de aspecto colosal; con ellos invade Mesopotamia, sometiendo las incipientes ciudades sumerias. Esto provocará entre los sumerios el recuerdo de una potencia hostil proveniente de occidente, y Humbaba será recordado como el monstruo custodio de las montañas de Siria y de los cedros del Líbano. Skr-Hor y Humbaba arrasan la más eminente de las ciudades sumerias, Shuruppak, que había opuesto una tenaz resistencia, no obstante que el sabio Ut-Napishtim aconsejase pactar con los reyes occidentales a fin de salvar la ciudad. Acusado de traición, Ut-Napishtim es encarcelado con toda su familia, pero el Rey Escorpión lo libera y ordena resguardarlo de la masacre general llevada a cabo en la ciudad, que tendrá el saldo de 10.000 muertos. El sabio, que asegura haber escuchado los vaticinios de Ea, dios del aire, pero que además es un gran pragmático político, se transforma en astrólogo de la corte del rey, y por los egipcios será llamado simplemente Ut; genera así la leyenda de ser el único hombre salvado de la destrucción de Shuruppak, y más tarde el único sobreviviente del Gran Diluvio (faltan indicios en el poema de Gilgamesh).
Humbaba reingresa al Líbano y el Rey Escorpión se prepara para lo mismo; pero, como los guti de los montes Zagros llegaron a la Mesopotamia para ocupar el vacío de poder dejado por las ciudades sumerias, el Rey Escorpión los afronta y vence. Luego atraviesa los montes de Irán, que en aquel tiempo es fértil y ubérrimo; fertilidad que dará origen a la leyenda del Edén, el jardín paradisíaco ubicado al oriente del mundo habitado por los hombres, o sea de la Medialuna de las Tierras Fértiles. Skr-Hor llega así al Turkestán, donde vence pronto a los proto-indoeuropeos, los antepasados de los futuros escitas, guiados por una brava reina guerrera; también este recuerdo se estratificará, dando origen a la leyenda de las amazonas. Pero como queda prendado de la belleza de la reina, la reinstaura en el trono como vasalla. El hijo nacido de los dos conservará la audacia del padre y decidirá guiar los proto-indoeuropeos hacia occidente, hacia Europa, donde sus súbditos darán vida a las tribus de los hititas, tocarios, griegos, itálicos, celtas, germánicos, bálticos y eslavos; de todos nosotros, en suma. Los proto-indoeuropeos que no cayeron bajo la égida del Rey Escorpión permanecen en oriente y pueblan siglos después Persia, Media, Aria e India.
Luego de todo esto, en el 3157 a.C., el Rey regresa a Egipto triunfante. Pero cinco años después el padre regresa en sueños (o al menos así lo declarará) y lo incita a volver a marchar, porque la conquista del mundo no está acabada todavía: falta occidente. Y así, con el consejo de Ut-Napishtim que nació en una tierra de marineros, crea una flota de naves de papiro, y con ella atraviesa con coraje el Mediterráneo, llevado por un irresistible deseo de aventura. El astrólogo sumerio va con él como guía de la expedición. Desembarca primero en Creta, donde deja un presidio; serán estos egipcios quienes estimularán a los primitivos habitantes del lugar a dar vida a la imponente civilización minoica. Prosiguiendo su ruta, Skr-Hor toca el cabo Matapan pero prefiere seguir hacia occidente, desembarcando en Sicilia. Aquí debe afrontar pueblos indígenas de alta estatura con un gran ojo tatuado en la frente, cuyo recuerdo generará la leyenda de los cíclopes. Dejada atrás Sicilia, se interna en la tierra de Shardana (nuestra Cerdeña) cuyo pueblo se le somete y le ofrece tributos, y finalmente llega a Francia meridional. Aquí Ut-Napishtim le avisa que, según ha leído en las estrellas, su visir Sehen ha está tramando en la patria una traición para usurparle el trono. En este caso, más que de artes adivinatorias muy probablemente se trate de sentido común. De todas formas, después de haber cargado productos y mujeres que les permiten pasar por conquistadores de aquellas tierras, el Rey Escorpión parte nuevamente hacia oriente. Una tempestad lo empuja a las aguas del lago Tritonide, en aquellos tiempos vasto espejo de agua en el desierto de Túnez comunicante con el mar; como se trata de un lugar fétido y pantanoso, nace la leyenda de las “aguas de los muertos”, que delimitarían los confines del mundo. Con dificultad sale de allí, reconstruye su flota y en el 3148 a.C. está de nuevo en su patria, donde Sehen, que efectivamente había tratado de hacerse proclamar rey, es sepultado vivo sin demasiadas consideraciones. El Rey se convierte así en el primer gran viajero de la historia del hombre, antes que Gilgamesh, antes que Ulises y Eneas, y ha traído consigo tal tesoro de sabiduría que justifica el culto divino que se le tributa.
El resto del reinado de Skr-Hor prosigue sin grandes sobresaltos, excepción hecha de las dos expediciones por él conducidas en Nubia hasta la cuarta catarata del Nilo, y por la primera expedición naval en el mar Rojo; los navegantes que logran volver aseguran haber encontrado el mitológico país del Punt (¿Somalia?), gobernado por una reina de rasgos somáticos monstruosos y de piel negra como el ébano (aquello que es extranjero aparece siempre espantoso y diferente). Él es también el primer constructor de la historia, porque hará erigir la Esfinge de Gizah; más tarde Jefrén le cambiará la cabeza, ya erosionada por la arena, le pondrá sus rasgos y afirmará falsamente haberla construido él. En cuanto a Ut-Napishtim, el mago mesopotámico desaparece de improviso sin dejar rastros. Entre los egipcios se difunde la voz de que los dioses lo ascendieron con ellos; y, como lo llamaban simplemente Ut, a través de los años su nombre se transforma en Toth. Su figura se transforma entonces en aquella del omnisciente dios de la sabiduría.
En fin, luego de haber tomado decenas de mujeres y de haber tenido muchísimos hijos, el Rey Escorpión muere en el 3132 a.C. y es sepultado en la necrópolis de Gizeh, en una cámara secreta bajo la Esfinge, todavía inviolada; tal cámara ha sido individualizada a través de sonar pero nadie ha todavía iniciado excavaciones para alcanzarla. Quien lo hiciese, según la leyenda, se transformaría en rico porque Skr-Hor se habría hecho sepultar junto con inestimables tesoros en oro y piedras preciosas, traídos de sus viajes a los confines del mundo.
Le sigue un período de caos, porque sus hijos guerrean entre sí por el predominio y dañan el reino. Pero en el 3126 a.C. su quinto hijo, Narnh-Hor, soberano del Alto Egipto, conquista Abidos y se hace coronar soberano de todo el país, instalando la capital en Menfis, ciudad fundada por él mismo. Narnh-Hor es aquel que hoy conocemos como Narmer; abandona la usanza del nombre totémico (Rey Escorpión, Rey Cocodrilo…) y toma en vez el nombre de “Señor de la Gran Casa”, en egipcio, faraón. Éste se convertirá en el título de todos sus sucesores, hasta el tiempo de los emperadores romanos. Será también llamado Menes, “el fundador”.
La tabla de Narmer
La más grande empresa de Narmer, además de reconstruir el reino y el imperio del padre, es la de inventar la escritura ideográfica no sólo para registrar nombres y números, sino también hechos, sucesos: con él, con todos sus efectos, comienza la historia. Decide escribir su nombre no más con un glifo totémico como hacía su padre, sino con un ideograma que se lee “NAR”, pez, y otro que se lee “MER”, cincel… ¡es éste el primer acertijo de la historia! El hecho de que haya ideado este tipo de escritura le permitió convertirse en efecto en inmortal, ya que los dos ideogramas de su nombre se notan todavía hoy, incisos en una paleta para maquillaje, descubierta en Hierakómpolis en 1898, llamada “Tabla de Narmer”. Y no sólo eso: leyendo sus inscripciones, Manetón interpreta que fue él quien unificó el Alto y el Bajo Egipto; y así, desde él, y no desde el Rey Escorpión, se iniciaría la historia de Egipto. Tanto puede la escritura.
Desgraciadamente el imperio fundado por Skr-Hor, el primer imperio universal de la historia humana, no le sobrevivió demasiado. En efecto, en el 3118 a.C. un terrible aluvión se abatió sobre la Mesopotamia, generando el célebre relato del Diluvio Universal y cortando las vías de la conquista egipcia hacia Persia y Escitia. Las destrucciones traídas sucesivamente por el rey de Egipto primero y las aguas del Tigris y Éufrates después generan la convicción de que los dioses desearon castigar a los hombres pecadores, convicción registrada (con otros fines teológicos) también en la Biblia. Después de las catástrofes apocalípticas del fin del IV milenio a.C. las ciudades sumerias renacen independientes y desarrollan la floreciente civilización sumeria, que independientemente de Narmer redescubre la escritura, inventa la matemática y la astronomía y entra a su vez en la fase histórica. El aluvión mesopotámico tiene sin embargo sus consecuencias en la civilización egipcia, porque hace que los habitantes del delta consideren un enemigo las aguas del mar, abandonen la navegación de largas distancias y conserven sólo una flota de pequeño cabotaje. Así, el recuerdo de los países tributarios más allá del mar Mediterráneo se evapora en la leyenda según la cual, más allá del mar, habitan las almas de los muertos. De aquí en adelante no se habla más de prehistoria, de leyenda, de mito, sino de historia, que gracias al Rey Escorpión toma la forma que hoy conocemos. En un cierto sentido, hoy nosotros somos sus hijos, y casi todos los mitos que hacen parte del subconsciente histórico de la civilización humana provienen de él, estando presente en cada recodo conocido o desconocido. Pero el hecho de no usar la escritura para dejar impresiones y análisis historiográficos no le sirvió, porque sus experiencias fueron olvidadas, transformándose en sustratos míticos, y su nombre quedó reducido a leyenda. Como deseaba ardientemente, se transformó en un dios del panteón egipcio, pero perdió su calidad humana, usurpada por su hijo. Sic transit gloria mundi…