Racionalización del Génesis bíblico

de William Riker


A comienzos del IX milenio a.C. finaliza la última gran glaciación, llamada de Würm, y se inicia el período interglacial en el que todavía vivimos. Termina también el Paleolítico y se inicia el Mesolítico, con las importantes innovaciones técnicas del hacha, de las primeras formas de transporte, la domesticación de animales, a partir del perro y, sobre todo, de la agricultura. Ésta tiene inicio en Europa hacia el 6.000 a.C. en el valle del Danubio y en las costas del mar Negro, que en aquellos tiempos era un gran lago de agua dulce a 70 metros bajo el nivel del mar, y circundado de valles muy fértiles, llamado Lago Blanco por aquellos primeros, remotos habitantes de Europa, descendientes de los últimos cazadores-recolectores que habían visto el fin de la glaciación y se han habituado a un clima más cálido. Esta región es llamada por sus habitantes Adäna, “el jardín”, por su fertilidad; de tal palabra desciende la bíblica Edén (Gen. 2, 8), ubicado definitivamente “al oriente” de las regiones europeas afectadas por la glaciación.

Son los tiempos de Kaäna (“el que posee”), el bíblico Caín, mitológico inventor de las artesanías y la agricultura, después adorado como divinidad en Grecia con el nombre de Cronos y en Roma como de Saturno (de sata, campos sembrados). En el 5.788 a.C. funda sobre la costa sudoccidental del Lago blanco la ciudad megalítica de Tärwisa (“la fuerte”), la más antigua estratificación de la futura Troya homérica, primera gran ciudad de la historia, de la que se proclama primer rey. En la Biblia esta ciudad es llamada Enoc, que en hebreo significa “sacrificio”, porque después de haber trazado su perímetro con muros habría sacrificado sobre ellos a su propio hijo.

Dlamakhä I, descendiente y quinto sucesor de Kaanä, que en la Biblia será recordado con el nombre de Lamec, toma el poder en 5.651 a.C. e instaura una feroz dictadura personal basada en la ley del Talión. Será recordado como el “rey oso”, por su ferocidad, siendo proverbial su canto de guerra: “He matado un hombre por un rasguño y un muchacho por un enojo, Caín será vengado siete veces, pero Lamec, ¡setenta y siete!” (Génesis 4, 24-25).

Tärwisa se transforma en la capital de un vasto reino que con Makaäla III (el bíblico Mecuiael) llega al mar Egeo, y con Mataäla II (el bíblico Matusael, “el hombre que es como Dios”), el más grande de sus soberanos, llega a abarcar casi todo el valle del Danubio. La sociedad de este primer imperio de la historia humana es decididamente moderna, caracterizada por diferenciaciones sociales y un cierto grado de especializaciones del trabajo, con jefes y guerreros, artesanos, campesinos y pastores. Se practica una agricultura ya muy avanzada: se utiliza el arado tirado por bueyes, se cultiva trigo, farro, orzo y leguminosas. Bovinos, cerdos y ovejas pastan en gran cantidad, mientras los caballos son utilizados para el transporte o la guerra. Estas actividades permiten un buen nivel de vida, tanto que en el imperio de Adäna se pueden desarrollar formas de manufacturas especializadas, que nos han dejado productos de altísimo nivel: vasos cerámicos decorados, ornamentos y utensilios en hueso o en asta de ciervo, instrumentos para afilar o tejer, y manufacturas en oro, trabajados por martilleo en ausencia de técnicas de fusión, que serían descubiertas mucho más tarde.

Esto nos muestra al pueblo danubiano y del lago Blanco como altamente civilizado. Muy primitiva es, sin embargo, la religión, de tipo chamánico, centrada en torno al culto del “dios serpiente”, en honor de quien son practicados sacrificios humanos. Del recuerdo de este satánico dios pareciera que devienen tanto el mito de la serpiente que traicionó a Eva en el jardín del Edén como el de Mus-Hus, el legendario dragón custodio de las puertas de Babilonia (y, según la Biblia, matado por el profeta Daniel sin hacer uso de la espada), y también todos los miedos ancestrales ligados a la existencia de los dragones y serpientes de mar, que han sido recogidos al fin del siglo XX en “El hobbit” de Tolkien. Las ceremonias religiosas incluían además el canibalismo ritual (devorar el cerebro del enemigo asesinado para adquirir su fuerza), el uso de la prostitución sagrada (yaciendo con la Pitia–sacerdotisa- el fiel entra en directo contacto sexual con la diosa de la fertilidad), y el sacrificio de una víctima (generalmente un niño) al momento de la fundación de una nueva ciudadela, como había hecho Kaäna con la primera Tärwisa, a fin de que su espectro furioso alejase los enemigos y malintencionados. Según las tradiciones posteriores (“post diluvianas”), los sacrificios humanos, el canibalismo y la prostitución sagrada llevaron a la civilización de Adäna a tal nivel de corrupción que fue necesario un castigo divino.

Éste tuvo lugar el 6 de junio del 5.221 a .C., fecha del llamado “diluvio universal”, como lo recordaremos los hombres de cualquier tiempo. Un terremoto causado por el choque de la microplaca balcánica con la anatólica destruyó el muro de roca que separaba el Lago Blanco del mar Mediterráneo, y las aguas se filtraron en una terrible cascada, haciendo subir su nivel en alrededor de 20 centímetros por día. La cascada arrastra inmediatamente a Tärwisa, que en la lengua del lugar pasa a ser Atalantë (la “desaparecida”): este nombre dará posteriormente vida a la leyenda de la perdida Atlántida. En tanto, las otras ciudadelas protohistóricas de la boca del Euxino resultan progresivamente inundadas por las aguas que crecen, mutando de dulces a saladas. Los habitantes huyen aterrorizados y se establecen en la llanura del Danubio, en la selva germánica, en el norte de Italia, en la actual Grecia, en el altiplano anatólico, en Mesopotamia y en Irán, dando origen a nuevas civilizaciones. Todas dan testimonio de catástrofes provocadas por los dioses para castigar a los hombres pecadores, extendidas por toda la corteza terrestre. El vasto mar salado que tomó el lugar del lago Blanco, con una rotación de 180 grados, es bautizado como mar Negro, para recordar a los miles y miles de seres humanos de los cuales constituye la tumba.

Todas las civilizaciones históricas sucesivas en Europa derivan de aquella catástrofe. En particular, hacia el 4.400 a .C., en las selvas germánicas florece la civilización llamada de “pirámides centroeuropeas”. Las huellas de 150 templos fueron localizadas en la primavera de 2005 a lo largo de una franja de 640 kilómetros, a través de las actuales Alemania, República Checa, Eslovaquia y Austria. El descubrimiento más notable se ubica en el subsuelo de la ciudad de Dresde, donde los arqueólogos trajeron a la luz restos de un templo de 150 metros de diámetro, circundado de cuatro fosos. Fueron encontrados además utensilios de madera, además de estatuillas que representan animales o personajes, que nos hablan de un pueblo profundamente religioso y dedicado a la agricultura y a la cría de animales, seguramente emigrado de Oriente luego de la catástrofe del mar Negro. La civilización de las pirámides centroeuropeas desaparece imprevistamente hacia el 4.200 a .C., a causa de la invasión de los pueblos provenientes de las estepas, que sucesivamente se establecen en el Mediterráneo, se transforman en sedentarios y dan vida a las civilizaciones preindoeuropeas de los vascos, sardos, lígures, etruscos y pelasgos: para los habitantes del nevoso centro de Asia, el Mediterráneo debía parecer, en efecto, como el mismo Edén.

En tanto, contemporáneo al florecimiento de la civilización centroeuropea, se produce la fatigosa reconstrucción de Tärwisa, llevada a cabo por los sobrevivientes en posición más segura, de modo de controlar el estrecho de los Dardanelos y el comercio de granos y oro entre el Egeo y el mar Negro; este comercio generará luego la leyenda de los Argonautas. Otros sobrevivientes del “diluvio” emigrados a Asia Menor dan vida en vez a las grandes civilizaciones mesopotámicas, en coincidencia con el inicio de la Edad de los Metales, hacia el 3.500 a.C. en Medio Oriente y en el valle del Danubio, más tarde en el resto de Europa.

Es ésta la época en la que nacen, en todo el mundo, las primeras “civilizaciones monumentales”, llamadas así por las notables construcciones en piedra que nos han legado. Todas surgen a orillas de grandes ríos: en Egipto, sobre el Nilo, en Mesopotamia sobre el Tigris y Éufrates, en India sobre el Indo y en China sobre el río Amarillo (Hwang-ho). Para su surgimiento es determinante el cambio de clima posterior a las glaciaciones que tuvieron inicio al término del Paleolítico y que trajo aparejado el desecamiento del suelo de grandes territorios: con el crecimiento poblacional, mientras el suelo se vuelve árido progresivamente, los habitantes de esas zonas emigran a las proximidades de los grandes ríos, es lo que ocurrió en Egipto. Los antepasados neolíticos de los egipcios vivían en el Sahara, como lo demuestran las incisiones rupestres y los complejos megalíticos descubiertos allí, en zonas hoy absolutamente inhabitables; pero, cuando esa área se desertifica, primero se trasladan al Nilo Amarillo, una rama sudanesa del Nilo hoy disecada, y finalmente en el Delta y en su valle posterior. No casualmente el maquillaje de los ojos típico de los egipcios deriva de una protección contra la arena del desierto.

Respecto de las civilizaciones mesopotámicas, se deben al mítico caudillo Naäpa (el Ut-Napyshti del poema de Gilgamesh, y el Noé de la Biblia), “el Prolongador”, el cual, liberado del sometimiento de Adäna, guía su tribu al valle del Tigris y del Éufrates. Allí, sobre las costas del golfo Pérsico, en el 3.360 a.C. tiene lugar la fundación de Ur y en el 3.280 a.C. la de Uruk, por los sumerios, pueblo nacido de la fusión de hombres huidos de la catástrofe de Tärwisa y otros emigrados del altiplano iraní; estos últimos se dividen en dos ramas, de las cuales la oriental da vida a la civilización de Harappa y de Moenjo-Daro sobre el Indo, y la occidental, al pueblo de los sumerios. Éstos por primera vez idean la escritura, de tipo cuneiforme (poco después a la escritura pictográfica la hallaremos también en Egipto), con el fin de efectuar el registro comercial de la nueva burguesía que habita las primitivas ciudades. Rápidamente, sin embargo, tomará un significado mágico y religioso; la corporación de los escribas se transforma en una verdadera casta de tipo sacerdotal, y encontramos así por primera vez escritas las leyendas tradicionales, entre ellas las cosmogónicas y las referidas al diluvio.

En el siglo XXX a.C. reinan dos importantes figuras: en Egipto Narmer o Menes, el legendario “rey escorpión” fundador de la Primera Dinastía y artífice de la reunificación del país del Nilo; en la baja Mesopotamia Gilgamesh, patesi (o sea, rey sacerdote) y constructor de los muros de Uruk, que reina del 2.945 al 2.909 a.C. Despiadado en la guerra, hace alianza conlos semitas de los montes Zagros, anteriormente feroces enemigos de los sumerios, guiados por el mítico Enkidu, y juntos repelen los invasores de origen mediterráneo provenientes de las selvas sirias, matando al rey Humbaba. Este episodio se convertirá en leyenda y se transformará en el asesinato de un terrible monstruo por parte de los dos amigos, Gilgamesh y Enkidu. Para consolidar el propio poder, Gilgamesh lanza la voz de tener ascendencia divina, y de haber gozado de las gracias de Ishtar, la diosa de la fertilidad. Su figura permanece legendaria y cierra con el mito del diluvio: en el numérico poema de Gilgamesh, que nos viene de su versión asiria, él aparece buscando el antepasado Ut-Napyshti, único sobreviviente del diluvio y asunto entre los dioses, para hacerse revelar el secreto de la inmortalidad. Probablemente el pasaje del poema en el que la serpiente roba a Gilgamesh la planta mágica es un recuerdo del culto del dios serpiente que sustrae a los hombres la esperanza de vivir eternamente y los condena a la inexorabilidad de la muerte.

En el 2.347 a.C. Sargon de Accad, invasor de etnia incierta, proveniente de los montes Zagros, vence a Lugal-Zaggisi, de Lagash, que se había proclamado descendiente de Gilgamesh y tenía preeminencia sobre las ciudades-estado sumerias, e instaura el primer imperio del cual tenemos documentos escritos, extendido de “mar a mar”, esto es, desde el golfo Pérsico al Mediterráneo. Funda Accad y hace construir una gran torre, superior incluso a la de Ur; mientras ésta ha llegado parcialmente a nosotros, la de Accad se perdió definitivamente. En esta ciudad, por primera vez se escucha hablar todas las lenguas conocidas. Sargon recibe el epíteto de “rey cazador” por sus frecuentes cacerías en el desierto.

El nieto de Sargon, Naram-Sin, no logra mantener las conquistas de su abuelo y el imperio se derrumba. Sobre sus ruinas renace por breve tiempo la grandeza sumeria con la última dinastía de Ur, de la que nacerá la tribu de Abraham; sucesivamente crece el elemento semítico y Accad, caída en la ruina, es reconstruida por sus nuevos dueños bajo el nombre semítico de Bab-El, “puerta del dios”, del que toma el nombre la región de Babilonia. Sargon entra a formar parte del panteón semítico con el nombre de Nimrud. Así dice de él la Biblia: “Comenzó a ser potente sobre la tierra. Él era valiente en la caza delante del Señor, por eso se dice: como Nimrod, valiente cazador delante del Señor. El inicio de su reino fue Babel, Uruk, Accad y Calne, en el país de Sennaar” (Gén. 10, 8-10). En él confluyen las empresas de Gilgamesh y Sargon. Más tarde los hebreos, que por una cincuentena serán deportados a Babilonia, para explicar la multiplicidad de las lenguas que allí se hablan y la corrupción, construirán la saga de la famosa Torre e interpretarán Bab-El como una palabra análoga que significa “confusión”; y aHarran, sí, en el imaginario colectivo, Babel permanecerá como sinónimo de confusión y de desorden, hasta el Apocalipsis.

Pero la saga tiene un trasfondo histórico: Sargon-Nimrud efectivamente dividió su imperio en provincias, al mando de gobernadores de su confianza. El gobernador de Éufrates (actual Siria) es un semita que toma el nombre de Eber (“más allá” del Éufrates mismo) y que llama a su hijo Peleg (“subdivisión”), porque “a sus tiempos fue dividida la tierra” (Gén. 10, 25). Después del fin del imperio acádico, Pelag se refugia en Ur y su hijo Reu (“eso”, “un hijo”) funda una tribu de industriosos mercantes semitas. En el siglo XX a.C. dicha tribu es capitaneada por Terach, quien decide transferir todo su clan a la ciudad septentrional de Harran, la romana Carre donde Craso halló la muerte contra los partos, hoy Urfa, en Turquía, para coordinar mejor el tráfico entre Egipto y Mesopotamia a lo largo de las caravanas de la medialuna de las tierras fértiles. Desde aquí partirá Abraham (“padre excelso”), hijo de Terach, en busca de la tierra prometida por el Omnipotente.

 William Riker


Retrocede